Se pregunta Javier Marías en su artículo Pieles finísimas lo siguiente: “¿cómo
va a aceptar un joven que no puede hacer esto o aquello si a lo largo
de sus quince o dieciocho años se lo ha educado en la creencia de que
siempre se saldría con la suya, de que a todo tenía derecho a cambio de
ningún deber, y de que sus acciones más graves no acarrearían más
consecuencia que el rollo que le soltaran los plastas de sus padres o
profesores?” Hace unos pocos días Iñaki Gabilondo
subrayaba el apoyo que los padres ofrecían a sus hijos cuando estos
eran sancionados, plantándose frente al profesor que les infligió el
castigo y cuestionando sus medidas. Y es que, efectivamente, es difícil
que se encuentren con un “no” rotundo que ponga límites a aquellos
comportamientos poco o nada encomiables. Con semejante déficit de
autoridad ¿cómo van a aprender los jóvenes que ciertos comportamientos
conllevan consecuencias y sanciones?
Pues bien, algunas clarividentes mentes han dado con la solución: volver al uso del “usted” como señal de respeto y otorgar autoridad pública a los docentes.
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